Higos en la mesa
Hay algo de sueño, tiempo y antojo en el acto de poner la mesa. Mientras el sol se sienta cerca, la moka se calienta, las flores se abren y los ojos se desperezan.
El pan, el mantel y las flores. Probablemente fue el tiempo el que los dejó ser inseparables. El mismo que nos dejó despejar la cabeza por la mañana con café, higos y un florero al centro de un jardín.
Son los días color higo — los días dulces, suaves y casi crujientes de tanto estar al sol. En esos días, la mesa se pone a tiempo (o a destiempo). Con el pan calientito, mantequilla en barra, mermelada y una canasta de higos. Que si hay higos, cualquier cosa está de más.
Mi fascinación por los higos es temporal. Les llamé fruta y el internet me lo explicó con más dulzura. Los higos son una infrutaescencia, una condición donde los frutos se unen a otros y esta fusión no es visible hasta abrirse. Como el apetito.
Es que eso sucede, poner la mesa es acomodar decisiones con apetito y silencio, cuando todo lo importante se une como en una caja de higos — el sabor, la nostalgia, el color, el aroma. Poner la mesa es vestirla. Es ver frente a ti las que cosas que sí hacen sentido. Comer lo que le regrese la calidez al alma. Es elegir las flores correctas. Es ajustar el mantel más bonito a las esquinas de una envejecida mesa.
Infrutaescencia: fructificación formada por agrupación de varios frutillos con apariencia de unidad.
- RAE.
Fotografías por Carolina Torres